



Dunia y Cely, dos hermanas guatemaltecas, compartían un lazo tan vibrante como los trajes típicos que lucían con orgullo. Dunia, la mayor, llevaba un huipil de Chichicastenango, tejido con hilos rojos y azules que formaban intrincados diseños de rombos y flores, reflejo de la cosmología maya. La tela, suave pero resistente, parecía susurrar historias de sus ancestros. Su faja morada abrazaba su cintura, y una tocoyal adornaba su cabello trenzado, dándole un aire de elegancia natural. Cely, más joven y vivaz, vestía un huipil de Sololá, con verdes y amarillos que evocaban los campos de maíz y el sol de su infancia. Su risa llenaba el aire mientras ajustaba su corte, una falda larga que danzaba con cada paso.
Ambas estaban listas para un festival cultural, un evento donde compartirían la riqueza de su herencia guatemalteca. Dunia, serena y reflexiva, cargaba el peso de ser la hermana mayor, siempre guiando a Cely con cariño. Cely, en cambio, aportaba alegría y espontaneidad, contagiando a todos con su entusiasmo. Juntas, caminaban por las calles empedradas, sus vestidos ondeando como banderas de su identidad. Las miradas de admiración no las intimidaban; al contrario, las llenaban de orgullo.
Mientras preparaban una danza tradicional, recordaban las lecciones de su madre sobre el significado de cada bordado: la vida, la naturaleza, la comunidad. Sus trajes no eran solo tela; eran un legado vivo. Dunia y Cely, unidas por la sangre y la cultura, encarnaban la fuerza y la belleza de Guatemala, tejiendo su historia con cada paso, con cada sonrisa.
(300 palabras exactas)